Los pises de Madrid, en Toledo |
Pasado Los Navalucillos se coge el desvío que nos baja por una pista hasta el comienzo de la ruta. El calor va a apretar, así que nos embadurnamos de crema solar, nos protegemos la cabeza y para arriba. Son 9 km de ida y los mismos de vuelta, llevaderos casi para cualquiera. Pronto, entre medias de un bosque mediterráneo típico de jaras y encinas, junto a un arroyo se deja asomar un imponente tejo que nos recuerda que, en tiempos lejanos de clima más frío, habitaban más al sur de la península. Pronto, irán saliendo a nuestro paso acebos, abedules, brezales y helechos que se mezclarán con madroños, quejigos, madreselvas, fresnos y melojos ¿esto es un sindiós? No, en la umbría lo eurosiberiano, en la solana lo mediterráneo, y junto al río al libre albedrío.
Y no todo es bosque diverso. También para los amantes de la geología y de los fósiles hay entretenimiento. Cuarcitas por aquí que te dejan restos del fondo del mar; cuarcitas por allá que te dejan marchas de bichos marinos; un pliegue que no sabemos interpretar... Así es la geología.
¿Y aves? Esta vez han perdido. Una curruca carrasqueña se asoma entre los robles.
Hay miedo. Uno de la expedición dice que vaya pocita que aparece allí. Menos mal que esta vez ha traído el bañador y los frágiles ojos de las las doncellas grameras no se han mancillado con una visión indigna. Tiempo habrá para que se mancillen. Ya lo veremos.
Marcas del fondo marino en la cuarcita |
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